(Andrés Eloy Blanco)
Mayo 3.
El
campo de aviación colinda por el Este con unas tierras municipales, incultas y
mal peinadas. Son matorrales feos, erizados de una maraña apretada y torcida.
Mal se puede andar por allí. El Concejo las ha dejado así para los que no
quieren ir al Colegio. Y para los amantes sin patente legal.
Hoy me he colocado, casi a rastras por este laberinto.
Hasta allí venía el chillido de las sirenas y la lluvia de disparos de los
motores que alzaban el vuelo o que venían de los aires.
Adentro, se hace fresco el aire. Se pisa bien, sobre hojas
podridas que no dan ruido. Pero hay algo mejor: ya a medio bosque hay una
extensión clara y muelle; grandes árboles hacen una circunferencia que cierra
un buen claro tapizado de hojarascas. Se respira humedad agreste y sabrosa.
Pues bien, allí cuidadosamente colocado en un gran nido de
hojas, he encontrado en esta tarde un huevo. Es un huevo grande, como un melón
y gris como de acero.
Estoy asombrado de mi hallazgo. Los avestruces no podrían
llevar adentro un huevo de este calibre.
Prefiero dejar el huevo aquí, entre las hojas que le
protegen. Ya vendré todas las tardes a visitarle.
Mayo 5.
Al
tocar hoy la cáscara del huevo, la he sentido caliente. como si algún ave le
hubiera estado cubriendo.
Mayo 9.
Algo
se mueve dentro del cascarón.
Mayo 12.
Al
acercarme al nido, por un agujero de la cáscara ha asomado la hélice de un
aeroplano chiquitín. La hélice es como un cartílago transparente y endeble. No
me atrevo a tocarla.
Mayo 15.
Da
pena ver al pobre pajarito. solo, desgañitándose de hambre. Traje leche con
miga; no quiere. Esto me ha hecho reflexionar y, por supuesto, he traído
bencina en un plato de los de café. Ha bebido con avidez.
Mayo 16.
¡Qué
susto! Pero, ¡qué susto! Esta tarde, mientras jugaba con mi aeroplano y le daba
sorbitos de bencina, ha llegado de pronto con un gran ruido, la gorda aeroplana
clueca. Ya lo presentía yo; ya sabía yo que en algo andaba ese gran pájaro;
hace días que oí que el Capitán de Aviación decía al mecánico:
–Examine a la II 3. Hace un ruido del demonio.
Ya me figuraba yo que la II 3 estaba clueca. Y esta tarde,
si no me escondo tan rápidamente entre los árboles, me habría reventado con su
hélice espantosa. Tan colérica estaba que se precipitó a riesgo de aplastar a
su hijo.
Mayo 20.
Estoy
decidido. Me robaré mi pequeño avión y lo esconderé muy bien. Ya me conoce y al
mirarme empieza a resoplar de gusto. ¿Por qué no podríamos estar los tres, la
madre, el polluelo y yo, juntos, de tarde, lejos de los hombres? ¿Ella no
comprende que ya Dios le ha dado sus alas? ¿No comprende que yo también quiero
las mías? ¿Qué culpa tengo yo de que las mujeres no pongan huevos y los hombres
no nazcan con alas? Pero el que no las tiene, se las busca.
Mayo 30.
¡Aquí
está! Le he metido en el corral. Lo malo es que el gallo y el pavo le querían
perseguir. Él huía, despavorido. Ahora he construido un gallinero para el pavo,
para el gallo, para las gallinas. Y a él le he dejado en el corral con las
palomas y con una garza de Apure que no se acuerda de volar.
Junio 30.
Ha
volado. Un pequeño vuelo, con traspiés en el aire. Planeó sobre el corral con
tembloroso impulso. Titilaba de esfuerzo, como una estrella. La garza de Apure
estaba atónita, mirándole. Era un vuelo balbuceado, como de picaflor. Me cayó
entre los brazos, y yo le aterricé.
Junio 31.
Anoche
se han fugado la garza y las palomas.
Julio 3.
¡Qué
esbelta el ave blanca, con el pecho gris! Ya puede conmigo. Me han dicho que
dentro de un mes podrá volar. ¡Volar! ¡Qué gloria, poder volar en el lomo del
ave mía, con las alas alimentadas del hombro mío! ¡Qué gloria, haberse hecho
sus alas uno mismo y volar con ellas! ¡Qué gloria de ser arcángel sobre la
tierra!
Agosto 5.
Todo
es azul. ¡He volado! La cabeza me da vueltas y todo es azul. Y nada hay más
sencillo que volar, cuando se tienen dos buenas alas. Es lo mismo que estar
sobre un puente que pasa sobre un barranco muy hondo. O subirse a un árbol,
comer frutas y agarrarse al cielo.
Noviembre 7.
Noviembre,
más gris que nunca. Rumores malos corren por la tierra. Tan hermosa la tierra,
para marchar por ella en paz; para sembrarla en paz; y para sembrarse en paz. Y
para hacer que ella vuele en flores, en cogollos, en frutas altas, en pájaros.
Hacer que la tierra se vaya arriba, despegada de sí en el vuelo de la savia.
Rumores de guerra están corriendo y se siente calofrío en los pastos nerviosos.
¡Guerra! Vienen ruidos de la llanura, de las costas, de la
montaña. Las tropas cruzan los campos en silencio. Se mueven grandes cañones y
fusiles relucientes. Los barcos de la Escuadra tienen las máquinas en presión,
listos a zarpar. En los campos de aviación los grandes pájaros amarillos se
sacuden las alas.
¡Tan hermosa la tierra! Tan hecha para el alba y para esa
violeta de la tarde; y para la noche, que le da la gracia del silencio fecundo.
Pero no se sabe de dónde salió la guerra. Los invasores son hijos de un país
sin sol. Son hombres que viven milenios aprendiendo la guerra en el corazón de
una selva. Han sabido que esta tierra es ancha y rica y que llueve un torrente
de sol. Han sabido que esta tierra tiene largas costas y llanuras verdes y
montañas altísimas con valles colmados de trigo. Y vienen por el mar en su gran
escuadra y por el aire en su gran bandada.
Noviembre 15.
Los
invasores han llegado. Son terribles; avanzan técnicamente y nada puede
contenerlos. Pero los hombres de esta tierra se están concentrando sin un
grito. Un alba mansa y decidida hace discreto el brillo de las armas.
Noviembre 16.
Todo
lo he preparado con sigilo. Hay que partir para el frente. ¡Guerra a la guerra!
Todos los hombres de paz que tiene el mundo están esperando mi partida. Mi gran
ave blanca de pechuga gris, me va a llevar por los aires. Armaré su pico de un
aguijón de fuego.
Noviembre 17.
He
visto en el campo de aviación a la gran aeroplana gris, a la gorda II 3. Está
clueca otra vez. Va y viene con tres avioncitos al remolque. Es maternal,
sonoramente maternal, este noble pájaro de mi tierra.
Noviembre 25.
Se
van los aviones. El Ministerio de Aviación ha decidido cambiar el centro de
concentración de las fuerzas aéreas, porque el enemigo está muy cerca de la
base. Sólo quedará aquí la II 3 con su cría. Una clueca en la guerra no hará
más que estorbar. Pero entonces, ¿las madres no sirven para nada?
Noviembre 30.
Mis
hermanos de armas han recibido con gritos de júbilo el descenso de mi gran
gavilán blanco. Hemos descendido graciosamente hasta la explanada. Y la mañana
tierna ha arrancado un gorjeo metálico al pájaro libertador.
Diciembre 10.
Sobre
fuego y ceniza he volado toda esta noche. Un alarido de humanidad desgarrada ha
subido hasta las nubes. Y mi gavilán ha vomitado fuego sobre la tierra nuestra.
¡Tan hermosa la tierra, para volar en paz sobre sus labradores! ¡Tan hermosa
para volarle sobre sus seres dormidos!
Diciembre
15.
En
el horizonte apareció esta tarde la larga fila de aviones del enemigo, que
guarda el paso de las ciudades conquistadas. Evolucionaban en un tranquilo
acuerdo. No querían avanzar. Esperan. Mientras tanto, planean como los zamuros
de la sabana sobre el caballo muerto. ¿Estarán esperando que caiga el escudo
del caballito corredor?
Diciembre 25.
¡Pena
incomparable de volar! ¡Horrible caso el de tener dos alas y ser Arcángel sobre
la tierra! ¡Qué horror el de tener dos alas entre los hombros en esta mañana de
asesinato!
Cuando quisimos romper la línea enemiga, surgió de todas
partes el gran lindero rojo de la fusilería. Estaban bien preparados.
El ruido de la artillería hacía temblar las alas de mi
gavilán. La línea suspendida de la escuadrilla enemiga avanzó, recta e
irreprochable. Mis compañeros y yo formamos una cuña. La intención del enemigo
era cercarnos. ¡A pasar!
El encuentro ha sido espantoso. Ante mí han caído tres
aviones bien tocados por mis disparos. No se veía nada entre la humareda. Fue
una hora de confusión celestial; un vértigo atmosférico; una tempestad
artificial.
Cuando se aclaró el horizonte, ya habíamos pasado; y ante
nosotros se perfilaban las torres, los techos, las dulces montañas de la ciudad.
Un arrullo de aviones alegres sobresaltó los cielos destrenzados de humos.
Saltaron los grandes pájaros en bandada primaveral; y arriba, más alta que
nosotros, una alondra saludó al nuevo bando que estrenaba el azul.
Desde arriba pude adivinar que el enemigo va en derrota
completa. He visto el mar con la escuadra enemiga que huía, perseguida por la
nuestra. Acá, grandes masas de infantería van detrás de manchas desbandadas.
Súbitamente, ya sobre la ciudad, ha aparecido un avión
enemigo. Avanzó lento y cauteloso; ¿quería huir?, ¿quería pelear? Al acercarse
prorrumpió en un canturreo resquebrajado y ronco; un cacareo. Era como la dueña
de este cielo doméstico; la dueña de este corral azul.
Me adelanté a mis compañeros y empeñé solo el combate.
Todos se apartaron para dejarme la gloria de la lucha singular. Me suspendí a
mil metros para bombardear sin piedad al gran aeroplano enemigo. Le he tocado
en un sitio noble. Mi gavilán baja vigilándole.
Llegué al nivel de mi enemigo, que planea, herido. Sentí su
canturreo como una voz de mi casa. Y al dar un vaivén, he visto en su vientre
dos signos: II 3.
Apenas tuve tiempo de verlo. La gran aeroplana gris, la
gorda clueca maternal iba hacia abajo, con un ala plegada. La vieja voladora
iba vertiginosa. Y llegó al suelo y allí quedó sin una voz.
Mi blanco gavilán se ha posado junto a ella y un vaho
materno envuelve nuestro silencio cuando
por las grietas de su carne de acero vemos fluir en un hilo claro la gasolina
de su vientre.
Sobre el reposo de la tierra martirizada, los pájaros
vencedores han lanzado un largo ki-ki-ri-ki de victoria.
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